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miércoles, 14 de marzo de 2012

"Entiendo, que ya no tenga cura, que todo lo que amé, lo dudas..."



Estaban en al balcón aspirándose el último aliento de la tarde, era primavera y el clima era húmedo. De fondo un viejo ocaso y el murmullo de la ciudad en la vuelta a casa. El balcón era pequeño y angosto, las rejas se encontraban algo frías; el aire en sí se sentía raro, espeso y difícil de respirar.
 Ella miraba un punto fijo y lejano, tenía la mirada perdida y los ojos bien abiertos, miraba sin ver. Él la observaba atentamente, la recorría con la mirada como descubriéndola palmo a palmo. Jamás la había visto tan bella. Jamás le costó tanto estar a su lado. El silencio entre ambos ya era irreversible, llevaban tiempo callados, como si las palabras no pudieran entrar en esa nube densa en la que se encontraban sumidos. Pero él quería decir algo y no podía; como si hubiera perdido la capacidad de hablar. Hubiera querido tocarla también, sentir esa piel con aroma a mujer. Esa piel que tantas veces antes le perteneció. Sin embargo cualquier movimiento, cualquier palabra se le hacían nefastos e imposibles de llevar a cabo.
-Quiero volar- dijo ella rompiendo aquel silencio. Y cerró sus ojos. Él no se atrevió a mirarla, su rostro se había poblado de gaviotas. Ya no era ella.
 Y él en el más absoluto silencio, como quien abandona la escena del crimen, se marchó. Al salir del edificio un escalofrío le recorrió el cuerpo, nunca había visto un rostro tan triste.




03/09/2009.


Título: "Dime porqué", Antonio Orozco.

lunes, 24 de octubre de 2011

Sin título.



Se apura en un sueño meditabundo, intuye que no habrá en la faz de la tierra nada que desee más. Ve su libertad coartada por las cadenas que acaba de romper, le espera un camino yerto hasta el vestíbulo de sus contradicciones. No ama pero exige que le amen, espera a su presa rezando a los mil dioses llegar a la hora correcta. No hay deshonra alguna en hacer lo deseado, pero se lamenta no haberlo deseado más. Más todavía?
Acaba de cerrar las puertas de la infamia, pero le quedó abierta la ventana de la osadía, nadie le entiende cuando habla,  y ya no le preocupa, sólo obtener su parte, su anhelo.
Porqué la gente ansía lo que no puede tener, se pregunta mientras espera, desconoce la respuesta, entiende que esta vez obtendrá lo que quiere. No será mayor molestia que la de esperar acechante el momento oportuno. Sabe que el destino está de su parte, que la luna brillará más que nunca cuando comience la torpe actuación. Ya hizo sus conjuros para que todo salga tal cual quiere. Pero tiene algo roto en su pecho que no le deja en paz, algo rotísimo, que clama por su atención, mas no se detiene en ello, lo roto se repara tarde o temprano.
No hace frío en su interior, le pesa la idea del triunfo, con su libertad pagó el derecho de hacer, con su frugalidad pagó el derecho de actuar a antojo. Con un desdén sin igual vigila celosamente la zona de sus promesas, o mejor dicho, de lo que le prometieron. Ese alguien vendrá y lo sabe, lo sabe porque le estuvo llamando con el pensamiento. Y entonces, cuando ese alguien llegue deberá pagar con salud el precio de su afán. Nadie más vendrá a visitarle, cuando cae la noche es todo silencio, mas a la luz del día los ruidos no le dejan escuchar lo que sus sesos tienen para decirle. Suele comportarse amable con el sol, mas a la luna le exige todo cuanto es posible. Canta canciones de amor sin saber de qué se tratan, habla con la boca llena mirando la ventana, algún hombre o alguna mujer le han dejado de regalo la prueba de fe que tanto necesitaba. Ya no será más, cuando ese alguien llegue, se perderá para siempre. No lo sabe aún, lo sabrá cuando ya sea demasiado tarde como para no sentir la herida.  No lo entendió nunca, pero el incendio estaba en su interior y no quiso apagarlo, ya será demasiado tarde cuando todo quede completamente arrasado por el fuego. Sólo piltrafas de un mundo paralelo, piltrafas de su ego.
Nada le detendrá. Si se detiene ahora, perderá también la opción de optar. 

 Si le ves, no te acerques, no le oigas, no le mires. Tiene la vista perdida en el recuerdo de quien destrozó su corazón, grita contradicciones penosas de ser escuchadas, acude al lugar de la herida con la sobriedad de quien vela a un mero desconocido. No le hagas caso, es sólo el espejismo de alguien que no pudo con sus fantasmas. Obtuvo en vano de lo que no podía hacerse cargo. Mató al gato, pero se olvidó del ratón. Jugó con fuego y quemó su interior. No le hagas caso, hecha espuma por su boca con los poros dilatados llamando a la luna. Testifica que cuides tus deseos.




Este texto tiene unos añitos, pero me gustó mucho...

 

viernes, 30 de septiembre de 2011

A week


-          - Te queda una semana. Sé que no es mucho tiempo, pero luego ya no habrá marcha atrás todos será diferente. Cambiará para siempre. Pero aún puedes evitarlo.
-          - Una semana es muy poco tiempo, necesito más.
- Es lo que hay. Lo aceptas o no.
-          - Pero los tiempos se acortaron de un día para el otro ¡No es justo!
-          - Una semana. No más.


((((cuando los tiempos urgen...)

jueves, 29 de septiembre de 2011

Jonhy


Jonhy está en su cuarto, mira el techo, las paredes vacías. Llora. Llora y se masturba. Con la mirada fija en el techo. Eyaculación, sus manos se llenan de su propio semen. Se las mira, le chorrea el blanco líquido, lo empapa de lágrimas. Se le retuercen las tripas. Dolor.
Jonhy va al baño, se lava, con una toalla gris se seca el llanto. Baja a la cocina, no sabe qué hacer. Abre la heladera, toma una cerveza, la destapa, se la traga. Más líquido. Deja el envase vacío. Vuelve a su cuarto. Todo está oscuro. Se tira de nuevo en la cama y le da play al equipo, suena estridente Nirvana. Dentro de él, un mar de silencio. La música no logra tapar sus ideas. Piensa.
Jonhy se mete la mano en el pantalón, toca su flácido pene. Y piensa.
Jonhy está en estado de inercia, inútil, tan inútil como su flácido pene.
Jonhy ya no quiere pensar.
Jonhy  ya no quiere.
Jonhy ya no.

jueves, 3 de septiembre de 2009

(25/08/09)

Estaban en al balcón aspirándose el último aliento de la tarde, era primavera y el clima era húmedo. De fondo un viejo ocaso y el murmullo de la ciudad en la vuelta a casa. El balcón era pequeño y angosto, las rejas se encontraban algo frías; el aire en sí se sentía raro, espeso y difícil de respirar.

Ella miraba un punto fijo y lejano, tenía la mirada perdida y los ojos bien abiertos, pero miraba sin ver. Él la observaba atentamente, la recorría con la mirada como descubriéndola palmo a palmo. Jamás la había visto tan bella. Jamás le costó tanto estar a su lado. El silencio entre ambos ya era irreversible, llevaban tiempo callados, como si las palabras no pudieran entrar en esa nube densa en la que se encontraban sumidos. Pero él quería decir algo y no podía. Como si hubiera perdido la capacidad de hablar. Hubiera querida tocarla también, sentir esa piel rociada de sudor. Esa piel que tantas veces antes le perteneció. Sin embargo cualquier movimiento, cualquier palabra se le hacían nefastos e imposibles de llevar a cabo.

-Quiero volar- dijo ella rompiendo aquel silencio. Y cerró sus ojos. Él no se atrevió a mirarla, su rostro se había poblado de gaviotas. Ya no era ella.

Y él en el más absoluto silencio, como quien abandona la escena del crimen, se marchó. Se marchó dejando la puerta con las llaves puestas del lado de adentro. Al salir del edificio un escalofrío le recorrió el cuerpo, nunca había visto un rostro tan triste.