jueves, 3 de septiembre de 2009

(25/08/09)

Estaban en al balcón aspirándose el último aliento de la tarde, era primavera y el clima era húmedo. De fondo un viejo ocaso y el murmullo de la ciudad en la vuelta a casa. El balcón era pequeño y angosto, las rejas se encontraban algo frías; el aire en sí se sentía raro, espeso y difícil de respirar.

Ella miraba un punto fijo y lejano, tenía la mirada perdida y los ojos bien abiertos, pero miraba sin ver. Él la observaba atentamente, la recorría con la mirada como descubriéndola palmo a palmo. Jamás la había visto tan bella. Jamás le costó tanto estar a su lado. El silencio entre ambos ya era irreversible, llevaban tiempo callados, como si las palabras no pudieran entrar en esa nube densa en la que se encontraban sumidos. Pero él quería decir algo y no podía. Como si hubiera perdido la capacidad de hablar. Hubiera querida tocarla también, sentir esa piel rociada de sudor. Esa piel que tantas veces antes le perteneció. Sin embargo cualquier movimiento, cualquier palabra se le hacían nefastos e imposibles de llevar a cabo.

-Quiero volar- dijo ella rompiendo aquel silencio. Y cerró sus ojos. Él no se atrevió a mirarla, su rostro se había poblado de gaviotas. Ya no era ella.

Y él en el más absoluto silencio, como quien abandona la escena del crimen, se marchó. Se marchó dejando la puerta con las llaves puestas del lado de adentro. Al salir del edificio un escalofrío le recorrió el cuerpo, nunca había visto un rostro tan triste.

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