miércoles, 12 de enero de 2011

Ser Nocturna

Definitivamente me di cuenta de que soy un ser nocturno. El día no parece haber sido hecho para mí. Todo lo que me gusta por lo general se hace de noche, y lo demás, prefiero hacerlo de noche.  Incluso las obligaciones, como estudiar, limpiar y trabajar (el orden en que puse esos ítems me llama la atención). De hecho creo que la mejor comida del día es la cena. Y porqué no el desayuno. La mañana también me gusta, siempre y cuando le pegue derecho.
Por el contrario la tarde me da sueño, por más que me haya levantado a las 5 de la mañana, tendré más sueño a las 3 de la tarde que a las 10 de la noche. No le encuentro sentido al día, me aburro  y me da somnolencia.  El sol, de hecho, me hace mal si me expongo a él. Una hora bajo él, y ya mi piel se pone roja y dolorosa. Mientras que me baja la presión… nada agradable. De hecho cuando voy a la playa prefiero salir de noche. Nunca entendí a las personas que se pasan horas calcinándose al rayo del sol, mientras que considero que nada más bello que el aire de mar cuando cae la noche, y sobre la arena sólo quedan pescadores y grupos de jóvenes en torno a una guitarra. Nada más hermoso que un cielo estrellado y la luna llena. Nada más incitante que los misterios que la oscuridad nocturna guarda. El sexo a la noche es mejor incluso. Nada más horrible que un mañanero, y a la tarde puede resultar estimulante, pero nada comparable como hacerlo cuando la ciudad duerme. 
Nada me genera más sosiego que pensar en una noche de verano, soplando la brisa, las estrellas brillando y un leve susurro en el aire, las gentes dormidas, el corazón del mundo latiendo y yo pudiéndolo escuchar.
Libros, teatro, cine, charlas, amigos, citas, bares, bailes, fiesta, cenas, caminatas, risas, llantos, historias, momentos… todo por la noche se da mejor. Ya nadie oculta nada, porque para eso está la oscuridad, las fatigas del día se quedan hundidas hasta la nueva aurora.  Pensar, incluso, se me da mejor cuando el sol cae. Y por la mañana, con ese aire renovado, fresco, con olor a café recién servido, el diariero comenzado su jornada, nada más pacífico, que sólo dura hasta cuando todos comienzan a levantarse.
Nada más aburrido y deprimente que un día a la tarde. Sea día de semana, con los oficinistas deglutiendo alimentos a toda prisa en una barra de comidas urgentes, el tráfico a todo motor, las calles que parecen derretidas a lo lejos, el sopor de una nueva jornada de algo por demás ingrato, el canal de las noticias suplicando atención en algún café. O sea día domingo, las calles vacías, las ganas de dormir por siempre, la vieja sentada en el porche de su casa aguardando que algo mágico rompa su rutina, un grupo de críos pululando por shoppings de moda… no, la tarde es la ruina, es rutina, es aburrimiento. Nada oculta, nada guarda, el sol en mitad del cielo. Se me asemeja a la muerte. Todo conspirando a las más terrible abulia. No hay vuelta que darle, amo la noche.
Nací un sábado a las 18.15 de la tarde. Sí, el sábado es mi día preferido. Sí, esa es la hora en que todo comienza a cobrar sentido para mí. Como si de alguna manera, estuviera signada ya, mi manera de pensar el mundo.
Otros me dirán que lo peor de la civilización sale por las noches, toda la lacra humana sale de sus escondites a hacer eso que a luz del día no podrían hacer. Pero realmente no le doy importancia, acaso sí, creo que eso habla de cómo por las noches, las defensas caen, las barricadas no tienen razón, la hipocresía al fin se acaba y todo es como debiera ser. Con las miserias expuestas, los miedos a flor de piel. Todos los fantasmas salen por las noches, deambulan cerca nuestro, nos musitan al oído palabras que nunca recordamos, pero sólo en su territorio podremos vencerlos al fin, y salir victoriosos.
Hubo una época en que para mí la noche fue fatal. Esperaba el alba para poder conciliar el sueño, supongo que mis propios traumas no me dejaban en paz. Me odiaba por temerle a algo que amaba. Vivir tan sólo de día (y temer de noche) me había llevado a una depresión de la cual no fue fácil salir. Pero una vez que me reconcilié con las horas bajas sentí como de nuevo volvía a ser yo.
Me enferma tener que esperar la sucesión de las horas de la tarde para volver a sentirme viva, sí, cada tarde muero un poco, pero al bajar el sol, recupero todas las esperanzas y vuelvo a vivir.
Soy eso, un alma nocturna condenada a buscar ésa estrella que por siempre se le escapará. Poeta que relata sus penas en una banal hoja de papel, observando por la ventana cuán grande se ve la luna hoy. Ya no matando las horas, sino aspirándome de un soplo los sueños de todos los que duermen. 
No seas mi sol, que ilumina senderos, sé mi luna que acompaña cuando el mundo entero yace de espaldas. No seas mi sol que quema por dentro y por fuera, sé mi luna que calma tempestades. No esas mi sol, que se cree astro en rey en el cielo, sé mi luna, que aun sin brillo propio  no se percata de su belleza. No seas mi sol, cálido y áspero, sé mi luna que acompaña a los poetas de alma. Acompáñame por las noches, cuando soy yo de verdad, cuando la vida se me da bien y creo ganar todas las partidas en las que apuesto. No me busques una tarde cualquiera, porque careceré de palabras, de intereses. Y el peso del mundo y de los siglos pesará sobre mis espaldas. Sé mi luna, con todas sus estrellas como hermanas, que brillaré en tu cielo más azul.