sábado, 24 de octubre de 2009

Nada (un poema que tiene unos años ya...)






Tengo entre las mías
tus manos heladas
que luego se desesperan
y desandan por mi piel
buscando inhóspito anhelo
de un enero que para siempre se perdió
en tu espaciosa memoria,
enero tuyo al que yo no pertenezco.
Escucho tus escasas palabras,
palabras forzadas, que devienen de la nada
y emanan una imprevista confusión
de estruendo de olas y profundo abismo.
Esas mismas palabras
que nos distancian años luz.
Oigo tu entrecortado aliento,
que se desvanece en el aire,
mientras tú sudas y te exprimes
pidiendo, sin pedir, un poco más.
Tu aliento que se vuelve ensordecedor
en mis oídos y ese claro de repente
que anuncia el final de este juego.
Esa mirada tuya,
que me mira sin ver,
titubeante, dubitativa, exprofesa
de algunas mieles que perdiste por ahí.
Que me anuncia que nada de mí
le interesa para posarse al fin,
que es distante, melancólica, lánguida,
profundamente vacía y encendidamente desleal.
Percibo lo que sientes tú aquí,
y por ese sentir
se deshelaron alguna vez
los mismos glaciares que hoy construimos
alrededor nuestro,
cual una muralla infatigable
que nos separa,
que desde un otero -nosotros en un llano-
nos domina, nos hace héroes de una tragedia
en la que nadie gana
en la que todos pierden.
Pero ¿perder qué...?
Si tu hado imperioso
en realidad nada quiere,
si tus manos, llenas e incongruentes,
sólo le ponen fin a la sospecha.
No eres nada aquí
no soy más allá,
somos sólo dos almas desgraciadas
que vagando, alguna vez, se encontraron
sin tener nada que ver,
sin tener nada que decirse,
sin tener nada para darse.
Que se encontraron por el sólo hecho
de vivir en el mismo mundo
y de llegar, sin querer, a la hora señalada
en el sitio calculado.
Se acaba la sospecha,
la magnífica y astral duda:
nada soy para ti,
nada eres para mí.
Sólo confundimos nuestros cuerpos
con un hechizo mediocre y perverso
de bajas horas
en las que hacer nada y hacerlo todo
lo mismo da.


jueves, 22 de octubre de 2009

Inventario de una vida... la mía.

Este texto lo escribí hace un par de años, hace mucho que lo quiero publicar, sucede que es muy largo, pero agradezco a quien se tome el tiempo de leerlo...




“Todos necesitamos algo, pero a nadie le gusta pedirlo;
quizá en tus ojos esté mi redención.”



 La casa silenciosa, con olor a vacío, la música tronando en el mediodía, la televisión siempre en off y un sueño mejor guardado en el refrigerador; los tesoros escondidos, los secretos atrevidos, las primaveras siempre tan deseadas y un nombre resaltado en mayúscula; la plaga de lo contaminado, el libro abierto, dispuesto, los dvd’s olvidados. La comida recalentada esperando en la mesa, el vaso roto, la melodía no recitada.; las casas ajenas, el camino polvoriento, las rutas argentinas y los cerros que dominan. La estufa prendida, la desidia de los mosquitos, la pileta llena y el mar sereno; las camas de hotel, las cosas dispuestas así y de ningún otro modo, las llaves olvidadas, la lluvia cotidiana, las tardes de enero con toda su verosimilitud, los sueños acribillados en alguna parte. La ropa tendida al sol, la moneda codiciada, el trago de madrugada, las miradas que fulminan y el asfalto en verano; las manos reconocidas, aprendidas ya de memoria, las miradas furtivas y las que son bien a los ojos, las miradas que esconden rabia y las que denotan denuedo, el calvario del cansancio y la hamaca ya vacía. El olor de la noche estival, el olor dulce de la misericordia, los olores que nunca se olvidan, el perfume que siempre se lleva; las promesas de la infancia, las locas ganas de volar, la esperanza que no descansa y la lucha que es mucha. La puerta entreabierta, las esquinas del desencanto, las esquinas que aún duelen, las esquinas rotas; los retazos de la ciudad saludadores, las colillas, el cigarrillo compartido y el a medio fumar; el encendedor olvidado, las botellas vacías, el letargo del domingo al mediodía, la languidez de una tarde de verano, los versos austeros, las señales de reojo, el celular apagado y las telarañas invariablemente en su sitio; los silencios abre abismos, la ventana cerrada, el ojo en la mirilla de la cerradura, el baño de los llantos, de los vómitos, de la inmundicia, del sexo barato, de los destrozos. El agua redentora, la sal del océano, la intromisión de la arena, la cucharada de azúcar que siempre ha de faltar; el teclado petulante invitando a pecar, el decoro de la gala y la pompa, la vecina que no deja de chismosear, las cartas del recuerdo, las cenizas de los viejos cuadernos, los ecos guardados en el alma o haciendo nido en los sesos. Los experimentos del salón de clases, la graduación, la euforia de los momentos, la canción en la ducha, el vaivén del viento, las manos unidas, los abrazos santos, a tiempo, o los malignamente falsos; las ganas de complacer sólo por complacer, la solidaridad, la caridad de lo que se da. Las cobijas de la cama en invierno, las camas que no son la propia, la dislexia, los nidos en los árboles,  las aves trinando en el cielo, el gallo anunciando el albor, el albor consumado. El asiento trasero del automóvil, los truenos a la medianoche, los viernes conciliadores, las miradas apretadas; la calle inundada, los ojos anegados, las maldiciones entre dientes, los insultos gritados, las palabras pronunciadas, perdidas para siempre, las palabras cansadas, gastadas, agotadas de tanto ser dichas. El malgaste de las horas, el cambio de almanaque, los días furiosos, los días inauditos; la mesa de un bar abriendo distancias, la exclusividad de algunos nombres, el libro leído a medias, la noche abierta, las estrellas cercanas, los fuegos de artificio, las festividades, los cumpleaños. El volcán interno, las heridas, las fotos que no desdicen a la historia, los libros de historia, la humedad de los cuerpos, el encono por lo siniestro, la droga tan cercana, el vaso a medio llenar. Los silencios heridos, las tersura de la piel, el reto por lo malo, la llamada telefónica en la madrugada, la voz metálica de la operadora de la contestadora, las quemaduras. Las sábanas ásperas, lo turbio del río, lo imperioso de las súplicas, las plegarias lacónicas, el anverso de la moneda, la música a tropel, la canción que hace llorar y las miles que hacen recordar; la batalla del día a día, las batallas cuerpo a cuerpo, la locuacidad de las noches de copas, el alcohol circulando las venas, el apostrofe nunca dicho, las noches de luna llena, las noches santas, santísimas. Los regueros de lágrimas, el retrete testigo de todo; las pesadillas, el chocolate derretido, los planes abortados, los afanes derrotados. El fracaso acudiendo a la puerta, el brindis que nunca llegó a ser, los mil te quiero y un te odio gravitando en la nada; lo paupérrimo de la existencia, la melancolía, la fe ajada. Las verdades a medias, las mentiras, los muertos en vida, la cama vacía, el llanto en la almohada, el partido en la tevé. El hospital que no descansa mas así tampoco su decrepitud, las dudas, los testigos, el accidente en la calle, el colectivo hacia ninguna parte, la noche en la ruta tan benditamente silenciosa, el oleaje del mar, el colectivo vacío a medianoche, las estaciones de tren, el gato maullando, los ladridos de los perros, la gravedad aterradora. Las manos que cortan el sortilegio, la plaza vacía, las calles atestadas, el retumbe del tambor, el temblor en el labio, la supremacía de los sentimientos y todas las palabras que hacen doler. La radio apagada, la mañana mofándose de la noche que pasa, los sigilos, la añoranza arropada en alguna parte, el catre, el desahogo en las risas, la algarabía de los sábados, el sopor del lunes; la frase que no expira, los paseos porque sí, a desgano tal vez. El río cercano, la palabra escrita, el intento de entender la historia, intento maquiavélico y sin sentido, el develar los enigmas, las preguntas dolorosas, los cuentos de miedo, la ilusión en el hombre. Los viajes astrales, las lunas que me acompañaron, la orgía de mis arterias y tripas, los astros que debieron alinearse para que las cosas sean de esta manera y de ninguna otra, la vigilia por la esperanza rota, las lágrimas que llovieron durante intensas jornadas, la complejidad de cada átomo, de cada molécula. Los días fugitivos yéndose del almanaque, los segundos imperceptibles, las estrellas que me vieron amanecer, los matices del cielo en la aurora, las salidas hacia la nada,  el pulso agitado, lo belicoso de cada alma, el secreto que atesoran secretamente mis cavidades, la muralla protectora, las glorias reservadas en algún baúl itinerante, lo delgado de la cordura, el andar del orbe. Las ventajas, las migas de pan, el té presuntuoso, el abrigo prestado, el frío, la sed, los escondites, las bajas horas, la capilla cerrada, el dios sin credo colgado en la cruz, los lamentos, las cicatrices, el denuedo, el espanto del horror, el propio horror. La militancia del aburrimiento, los cien años de soledad, los bares, los taxis y un apremiante deseo de volver a algún sitio. Los diarios que tantos recuerdos guardan y revelan, la memoria porfiada, la nostalgia, los cientos de miles de números telefónicos anotados de pasada, las cartas, los mails, el monitor de la computadora salvando distancias, un objeto olvidado, los cientos de objetos olvidados, los señores de azul, la fiesta sorpresa, el hedor, el helado derretido, las caricias a hurtadillas, los besos robados, la implicancia del dinero, los rostros olvidados, la luz condensada con la salvación, las escapatorias, los decires, los eufemismos, los desaires. La amplitud de las manos, los juegos, el tobogán siempre a la espera, los roces a tientas, la oscuridad cómplice, la luna mediadora, el espasmo del éxtasis, la embriaguez, la comida al fuego, la vigencia, el cuento mal contado que acaba con final triste, la perversidad, el morbo, los intentos malogrados. El abatimiento tras cada pérdida, las redes, los carteles, los sueños divinos, el amor como un templo, el sentir sin fe, el cambio de año, los meses doblegados por el paso del mal tiempo, lo cínicamente malogrado, el mecer del viento que seca las lágrimas, el sol después de la tormenta, las risas hasta el dolor, lo que se ofrenda, los regalos materiales, la cerveza caliente, los viajes interminables, estas líneas y las mil palabras que me quedaron por decir...

 La vida en etapas, en un perdurable suceder, cada retazo de mi ser, cada mínimo indicio de mi paso por esta vida, cada recuerdo que me retrata y retrata a la que fui. Ese ser incuestionable que hoy veo pasar por la ventana, y en el medio yo con mi cruz, cruz de quien ha vivido y se arranca hasta los huesos un poco de sí para seguir viviendo, para nunca dejar de vivir, para no claudicar en esta batalla del día a día. Esta soy yo y aquí me revelo, como un libro abierto cuyas hojas no necesitan explicación, así mis entrañas... Aunque en mi cabeza por siempre jamás habitarán cosas irredimibles pese al paso del tiempo que no necesitan explicaciones, porque no las hay, porque allí se quedan, vitoreando en una única sentencia su soberanía y magnitud, sentencia que me reservo. Y al derecho que me convoco lo desdeño del juicio ajeno. Y como el libro del cual se sabe todo, no así de la voz que lo dictó ni de las manos urgentes que lo hicieron tal: aquí mis vísceras, mas no mi sangre...

Gisela.


(Si omití detalles es porque escribirlo todo me llevaría una vida, la misma que intento retratar. Sólo de vez en cuando...)

martes, 13 de octubre de 2009

Quiero no estar.





No te percatas, acaso,
De la virulencia de mis palabras,
No te ofenden, siquiera,
Mis versos?
Mira el punto aciago que lograste,
Mira el paupérrimo infortunio
En el que imperaste.
Funesta y degradante tu vida,
Deja a los felices en paz
Y vete a tu infierno,
Que en su umbral te esperaré
Con un ramo de no me olvides
Y sal para las llagas.
Sin el báculo de tu séquito
Algún día te quedarás
Y tu sangre infecta arrojará
La plaga de mis palabras.
Y éstas como oprobio
Te alimentarán.
Tu santísimo trono
En mil se romperá
Y una luz, al fin,
Se divisará,
Me hiciste suprema
De esta pesadilla taciturna.
Te devuelvo tus armas,
De tu juego declino,
No tengo más motivos
Para seguir tu trino.
Apaga el sol
Que éste ya no calienta más.








A veces, sólo a veces quisiera no estar.
A veces quisiera detener el mundo y bajarme...
A veces no entiendo a nadie.
A veces me pierdo.
Pero pierdo
y eso sí es seguro,
si TE MIRO.





martes, 6 de octubre de 2009

Se derrama trágicamente
En el ara de sus oprobios.
Se desarma, grita pidiendo más.
Se acerca al fuego mortuorio,
Lo atiza, lo envenena,
Fuego del más decadente erebo.
Triste bacante sin par ni luz,
Amanece cada día
Buscando paz a tanto dolor.
Pero lo disfruta, lo hechiza,
Lo desangra con devoción.
Así es su vida,
Descontrol vicioso sin pudor,
Es su afán por Baco,
Es su lírica, su humanidad.
Juega, se auto aclama,
Se desenvuelve de su moral,
Y corre, corre pidiendo un poco más.
Festeja sin mesura
Esporádicos bacanales,
Le gustan, le dan vida,
La hacen fuerte, importante,
Bestia y animal.
Pero en ese desprecio a Eros
Se odia por caer en la tentación;
Siete pecados capitales hay, 

Siete veces murió por ellos.
Es diablo,
Medita sus males y vicios;
Es carne,
Adora a cada humor, a cada vil espasmo;
Es mundo,
Y por mundana peca.
Gloria a sus gracias,
Ella no quiere los edenes,
No quiere el cielo ni la eternidad;
sólo quiere festejar la vida,
Recrearla a antojo
En orgías de arterias, músculo y manos anónimas,
Nada más le importa.
¿Querer juzgarla?
¿Querer importunarla?
Ya es a destiempo,
Nadie ni nada puede salvarla: 

Ya tiene manchada, viciada y estrujada la carne,
Perdida y sepultada la moral,
Sin templanza ni mesura la razón.
Ignominia de sus días
Resolverse entre lo que la mata
Y lo que le da vida.
Busca lo que perdió
-ese unánime tesoro-
En aquellos ditirambos anárquicos
Entre hordas de dedos fervorosos,
Venenos sin antídoto
Y sucios hechizos.
Lo busca sin poder hallarlo jamás.


                                                                        Gi.