No me gusta hacer apología de la autoayuda ni dar
consejos, ni sé tanto ni nadie me los pidió. Por eso voy a hablar sólo por mí. Un
año intenso, largo, muy largo, con muchos cambios, algunos buenos otros malos. E
ingreso al nuevo año sin desear nada más que el poder aceptar de la mejor
manera las cosas como son. No tengo más deseos puesto que es este año que se
acaba me fueron “dadas” casi la totalidad de las cosas que anhelaba. Aunque luego
algunas se hayan acabado. Así que no tengo nada más que desear. Lo que es, y
nada más. Ahora me toca aceptar con resignación, no la resignación del que no
lo intenta, ni siquiera la del fracasado, sino con una resignación limpia y
estoica, una resignación, de que la vida es así, y hay cosas que no podemos
cambiar. Así como en algún momento tuve que aceptar que nos soy alta, por
ejemplo, así ahora me toca aceptar que hay cosas que EVIDENTEMENTE no están
hechas para mí. Como corolario de esto que ahora sé, decidí, porque es muy de
mí hacerlo, tatuarme. Los tatuajes para algunos son marcas indelebles y nada
más. Para mí es mucho más que eso. Eso un momento de la vida plasmado para
siempre es nuestra piel. Lo cual es muy simbólico y estético también. Mi último
tatuaje (“el del 2014”) me lo hice en una zona del cuerpo que antes no me lo
hubiera hecho. Acepto así, que hay cosas para las que mi cuerpo no nació. Es por
eso que al entrar en el nuevo año, ingreso ya con el conocimiento de que mi
destino es distinto a lo que soñé, a lo que se esperaba, a lo que se
acostumbra. Estoy signada por la soledad, soy y seré sola, y si me lo pongo a
pensar tengo que intentar que eso no sea tan malo y aprender a vivir con ello. Esta
es la lección fundamental que me dejó este año. Pero ahora soy libre, libre de
mis propios deseos.
Y ahora también sé que no me tengo que guiar por las boludeces
que dice la gente careta. Si no les gusta mi cara, mi voz, mi ropa, lo que hago
o dejo de hacer, asunto de ellos. No me tiene que mover un pelo eso a mí, me
pasé mucho tiempo tratando de agradarle a gente que me importaba una mierda su
opinión, y en eso me olvidé de lo que yo quería, de lo que, indefectiblemente
soy. Y si hablan a mis espaldas es porque no tienen las pelotas para hablarme
de frente, como dicen por ahí quien habla a tus espaldas, es porque está atrás
tuyo. Giladas no más. Y que no tengo que ser careta conmigo misma, que tengo
que cantarme las verdades, como son, en crudo, sin anestesia, y aguantarme la
que venga. Y aceptar que tengo defectos que no voy a poder evitar, pero que si
los acepto nadie los va a poder usar en mi contra.
Y aprendí, y que bueno haberlo hecho, que la vida puede
acabar mañana mismo, que el mundo tal y como lo conozco mañana puede dejar de
ser. Por eso, así como a las “obligaciones” que se pueden hacer hoy no hay que
dejarlas para mañana (ponele), así las cosas que tengo ganas de hacer. Porque
de todo lo que hoy elijo privarme, quizá mañana ya no lo pueda tener. Y el
miedo, al maldito miedo, debe ser encerrado en lo más profundo. A lo que más le
temo (como cualquiera, supongo) es a la muerte, tanto mía como de mis seres
queridos, y eso, precisamente, es algo de lo que estoy segura que va a pasar.
Con lo cual, si a lo que más miedo le tengo VA A PASAR, qué importa el resto ¿a
qué se le puede tener tanto miedo como para no enfrentarlo?
El tiempo dirá…
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