La sociedad en la que yo creía ya no existe. Hoy se subleva
contra todo lo ancestral la manera nueva de hacer las cosas.
Me imaginaba revolcándome en una alfombra, galante y tierna
la mano que perfuma. Dulces y gentiles las risas que abrigan.
Esos autos no conducen a ninguna parte. Lo verdaderamente
cierto es lo que en el pecho arde. Las
gentes se guían y se desviven por un sueño que los amarre. Y así se amarran a
las ganas de dormir, al deseo (ya pretérito) de jugar a soñar. Y se come sin
hambre en el yugo siniestro que nos domina y fulmina. Importa más la cama que
el sueño. Y así, trunco, se va quedando en el camino el afán de ser quién uno
es.
¿A dónde van esos gentíos? Compramos descanso y abrazos. Y al
hombro del bien amado no nos podemos acercar sin sentir el volátil vacío de
estar solos y desarraigados en un mundo que no parece hecho para humanos.
Un redondel en el calendario nos permite comer de más. Una tía
lejana llama para vísperas. Y todo no es más que una supervivencia lacónica y banal.
¿Hay algún sentido más en todo esto? ¿Hay algo más allá que se me escapa entre monitores
y hojas en blanco? ¿Puedo yo ofrecerme un instante de total voluntad? ¿O
siempre estaré amparada bajo el techo de la necesidad? ¿El camino es la
respuesta aun con sus peligros y renuncias? O, acaso, ¿un proyecto de vida
ajustado a la norma, a la diestra de un Buen señor? (¿quién?)
Ardo en expectativas ajenas y propias: déjenme ser. Me busco
y no me encuentro. Más allá de este encierro y esta rutina hipócrita teñida de
un falaz deber, debe haber algo más: el maridaje exacto entre ser y poder.
Quiero ¿Podré?
17/12/2013.
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