“Todos necesitamos algo, pero a nadie le
gusta pedirlo;
quizá en tus ojos esté mi redención.”
La
casa silenciosa, con olor a vacío, la música tronando en el mediodía, la
televisión siempre en off y un sueño mejor guardado en el refrigerador; los
tesoros escondidos, los secretos atrevidos, las primaveras siempre tan deseadas
y un nombre resaltado en mayúscula; la plaga de lo contaminado, el libro
abierto, dispuesto, los dvd’s olvidados. La comida recalentada esperando en la
mesa, el vaso roto, la melodía no recitada.; las casas ajenas, el camino
polvoriento, las rutas argentinas y los cerros que dominan. La estufa prendida,
la desidia de los mosquitos, la pileta llena y el mar sereno; las camas de
hotel, las cosas dispuestas así y de ningún otro modo, las llaves olvidadas, la
lluvia cotidiana, las tardes de enero con toda su verosimilitud, los sueños
acribillados en alguna parte. La ropa tendida al sol, la moneda codiciada, el
trago de madrugada, las miradas que fulminan y el asfalto en verano; las manos
reconocidas, aprendidas ya de memoria, las miradas furtivas y las que son bien
a los ojos, las miradas que esconden rabia y las que denotan denuedo, el
calvario del cansancio y la hamaca ya vacía. El olor de la noche estival, el
olor dulce de la misericordia, los olores que nunca se olvidan, el perfume que
siempre se lleva; las promesas de la infancia, las locas ganas de volar, la
esperanza que no descansa y la lucha que es mucha. La puerta entreabierta, las
esquinas del desencanto, las esquinas que aún duelen, las esquinas rotas; los
retazos de la ciudad saludadores, las colillas, el cigarrillo compartido y el a
medio fumar; el encendedor olvidado, las botellas vacías, el letargo del
domingo al mediodía, la languidez de una tarde de verano, los versos austeros,
las señales de reojo, el celular apagado y las telarañas invariablemente en su
sitio; los silencios abre abismos, la ventana cerrada, el ojo en la mirilla de
la cerradura, el baño de los llantos, de los vómitos, de la inmundicia, del
sexo barato, de los destrozos. El agua redentora, la sal del océano, la
intromisión de la arena, la cucharada de azúcar que siempre ha de faltar; el
teclado petulante invitando a pecar, el decoro de la gala y la pompa, la vecina
que no deja de chismosear, las cartas del recuerdo, las cenizas de los viejos
cuadernos, los ecos guardados en el alma o haciendo nido en los sesos. Los
experimentos del salón de clases, la graduación, la euforia de los momentos, la
canción en la ducha, el vaivén del viento, las manos unidas, los abrazos
santos, a tiempo, o los malignamente falsos, las ganas de complacer sólo por
complacer, la solidaridad, la caridad de lo que se da. Las cobijas de la cama
en invierno, las camas que no son la propia, la dislexia, los nidos en
los árboles, las aves trinando en el
cielo, el gallo anunciando el albor, el albor consumado. El asiento trasero del
automóvil, los truenos a la medianoche, los viernes conciliadores, las miradas
apretadas; la calle inundada, los ojos anegados, las maldiciones entre dientes,
los insultos gritados, las palabras pronunciadas, perdidas para siempre, las
palabras cansadas, gastadas, agotadas de tanto ser dichas. El malgaste de las
horas, el cambio de almanaque, los días furiosos, los días inauditos; la mesa
de un bar abriendo distancias, la exclusividad de algunos nombres, el libro
leído a medias, la noche abierta, las estrellas cercanas, los fuegos de
artificio, las festividades, los cumpleaños. El volcán interno, las heridas,
las fotos que no desdicen a la historia, los libros de historia, la humedad de
los cuerpos, el encono por lo siniestro, la droga tan cercana, el vaso a medio
llenar. Los silencios heridos, las tersura de la piel, el reto por lo malo, la
llamada telefónica en la madrugada, la voz metálica de la operadora del contestador,
las quemaduras. Las sábanas ásperas, lo turbio del río, lo imperioso de las
súplicas, las plegarias lacónicas, el anverso de la moneda, la música a tropel,
la canción que hace llorar y las miles que hacen recordar; la batalla del día a
día, las batallas cuerpo a cuerpo, la locuacidad de las noches de copas, el
alcohol circulando las venas, el apostrofe nunca dicho, las noches de luna
llena, las noches santas, santísimas. Los regueros de lágrimas, el retrete testigo
de todo; las pesadillas, el chocolate derretido, los planes abortados, los
afanes derrotados. El fracaso acudiendo a la puerta, el brindis que nunca llegó
a ser, los mil te quiero y un te odio gravitando en la nada; lo paupérrimo de
la existencia, la melancolía, la fe ajada. Las verdades a medias, las mentiras,
los muertos en vida, la cama vacía, el llanto en la almohada, el partido en la
tevé. El hospital que no descansa mas así tampoco su decrepitud, las dudas, los
testigos, el accidente en la calle, el colectivo hacia ninguna parte, la noche
en la ruta tan benditamente silenciosa, el oleaje del mar, el colectivo vacío a
medianoche, las estaciones de tren, el gato maullando, los ladridos de los
perros, la gravedad aterradora. Las manos que cortan el sortilegio, la plaza
vacía, las calles atestadas, el retumbe del tambor, el temblor en el labio, la
supremacía de los sentimientos y todas las palabras que hacen doler. La radio
apagada, la mañana mofándose de la noche que pasa, los sigilos, la añoranza arropada
en alguna parte, el catre, el desahogo en las risas, la algarabía de los
sábados, el sopor del lunes; la frase que no expira, los paseos porque sí, a
desgano tal vez. El río cercano, la palabra escrita, el intento de entender la
historia, intento maquiavélico y sin sentido, el develar los enigmas, las
preguntas dolorosas, los cuentos de miedo, la ilusión en el hombre. Los viajes
astrales, las lunas que me acompañaron, la orgía de mis arterias y tripas, los
astros que debieron alinearse para que las cosas sean de esta manera y de
ninguna otra, la vigilia por la esperanza rota, las lágrimas que llovieron
durante intensas jornadas, la complejidad de cada átomo, de cada molécula. Los
días fugitivos yéndose del almanaque, los segundos imperceptibles, las
estrellas que me vieron amanecer, los matices del cielo en la aurora, las
salidas hacia la nada, el pulso agitado,
lo belicoso de cada alma, el secreto que atesoran secretamente mis cavidades,
la muralla protectora, las glorias reservadas en algún baúl itinerante, lo
delgado de la cordura, el andar del orbe. Las ventajas, las migas de pan, el té
presuntuoso, el abrigo prestado, el frío, la sed, los escondites, las bajas
horas, la capilla cerrada, el dios sin credo colgado en la cruz, los lamentos,
las cicatrices, el denuedo, el espanto del horror, el propio horror. La
militancia del aburrimiento, los cien años de soledad, los bares, los taxis y
un apremiante deseo de volver a algún sitio. Los diarios que tantos recuerdos
guardan y revelan, la memoria porfiada, la nostalgia, los cientos de miles de
números telefónicos anotados de pasada, las cartas, los mails, el monitor de la
computadora salvando distancias, un objeto olvidado, los cientos de objetos
olvidados, la película de miedo, los señores de azul, la fiesta sorpresa, el
hedor, el helado derretido, las caricias a hurtadillas, los besos robados, la
implicancia del dinero, los rostros olvidados, la luz condensada con la
salvación, las escapatorias, los decires, los eufemismos, los desaires. La
amplitud de las manos, los juegos, el tobogán siempre a la espera, los roces a
tientas, la oscuridad cómplice, la luna mediadora, el espasmo del éxtasis, la
embriaguez, la comida al fuego, la vigencia, el cuento mal contado que acaba
con final triste, la perversidad, el morbo, los intentos malogrados. El
abatimiento tras cada pérdida, las redes, los carteles, los sueños divinos, el
amor como un templo, el sentir sin fe, el cambio de año, los meses doblegados
por el paso del mal tiempo, lo cínicamente malogrado, el mecer del viento que
seca las lágrimas, el sol después de la tormenta, las risas hasta el dolor, lo
que se ofrenda, los regalos materiales, la cerveza caliente, los viajes
interminables, estas líneas y las mil palabras que me quedaron por decir...
La
vida en etapas, en un perdurable suceder, cada retazo de mi ser, cada mínimo
indicio de mi paso por esta vida, cada recuerdo que me retrata y retrata a la
que fui. Ese ser incuestionable que hoy veo pasar por la
ventana, y en el medio yo con mi cruz, cruz de quien ha vivido y se arranca
hasta los huesos un poco de sí para seguir viviendo, para nunca dejar de vivir,
para no claudicar en esta batalla del día a día. Esta soy yo y aquí me revelo,
como un libro abierto cuyas hojas no necesitan explicación, así mis entrañas...
Aunque en mi cabeza por siempre jamás habitarán cosas irredimibles pese al paso
del tiempo que no necesitan explicaciones, porque no las hay, porque allí se
quedan, vitoreando en una única sentencia su soberanía y magnitud, sentencia
que me reservo. Y al derecho que me convoco lo desdeño del juicio ajeno. Y como
el libro del cual se sabe todo, no así de la voz que lo dictó ni de las manos
urgentes que lo hicieron tal: aquí mis vísceras, mas no mi sangre...
Mi cuarto tatoo. |
Gisela.
(Si omití detalles es porque escribirlo
todo me llevaría una vida, la misma que intento retratar. Sólo de vez en
cuando...)
03/01/2008
Muy bueno tu blog.
ResponderEliminarMe encantaron las faces y las reflexiones.